martes, 24 de junio de 2008

PERVERSÃO

Perversão, (Estupro), (Rape)

Director: Josér Mójica Marins
Guión: José Mójica Marins, Crounel Martins
Intérpretes: Josér Mójica Marins, Arlete Moreira, Ricardo Petráglia, Nadia Destro, Elza Leonetti, Diva Medrek, Jaime Cortez, Mara Prado
(Brasil) 1978

Sucia, malsana, original, cutre, casposa, hipnótica, ridícula, cómica, macabra, hilarante, cafre, hortera, visceral, lúcida, horrible, sangrienta, cursi, edulcorada, violenta, soez, primaria, retorcida, demencial… todos y muchos otros calificativos podrían aplicarse a este canto al mal gusto, a caballo entre el vídeo doméstico y el cine de arte y ensayo, que es “Perversão”, obra del bizarro José Mójica Marins.
Rey indiscutible del cine de terror brasileño, José Mojica Marins, Coffin Joe para los norteamericanos, nacido en Sao Paulo en 1936, introdujo el género fantástico en la cinematografía brasileña en los años sesenta, cuando hasta el momento no se había visto nada parecido en el país de la samba, siendo el género más popular por aquel entonces la chanchada (comedias musicales). En 1963 culminaría su primera obra, “Á Meia-noite levarei sua alma”. Esta película, además del debut cinematográfico de uno de los directores más personales que ha dado el género fantástico; si me apuran, el cine en general, supuso el alumbramiento de uno de los villanos más curiosos y queridos por el fandom fantaterrorífico: Zé do caixao (vamos, Zé el de los ataúdes), un siniestro sepulturero de largas y afiladas uñas, ataviado con sombrero y capa negra, que hace gala de su amoralidad y falta de escrúpulos. Zé do caixao viola, tortura y asesina. Encarnación del mal en estado puro, el personaje vino a la mente de Mójica Marins en mitad de una alucinación tras un periodo de febril convalecencia, lo cual no es de extrañar, pues el tipo en cuestión sería más que digno de la peor de las pesadillas.

Tras el shock que supuso en Brasil el estreno de “Á Meia-noite levarei sua alma”, (sobre todo para los censores) el loco de Marins volvería a la carga con su alucinada secuela “Esta noite encarnarei no teu cadáver”, de 1966, donde mostraría un particular mundo onírico de desbordante originalidad. La cinta supondría la última aparición como personaje protagonista del malvado enterrador, posteriormente aparecería en otros títulos en forma de sueño o visión, integrante ya del más allá.

Las dos perturbadoras películas dedicadas a la figura de Zé do caixao proporcionarían a Marins, sino el ansiado éxito económico que le hubiera permitido financiar más películas sobre el personaje, si un fuerte apoyo por parte de los intelectuales brasileños de la época, como los integrantes del cinema do lixo (movimiento cinematográfico que surgió en la ciudad de Sao Paulo como oposición al cinema-novo), lo que le permitiría participar en producciones ajenas como “O abismu, ou sois todos de mu”, “O profeta da fome” (en ambas únicamente como actor).

El reconocimiento internacional le llegaría en 1974 al ser invitado al Festival de Cine Fantástico de París, donde cambiaría impresiones con el erotómano Jean Rollin y hasta con el mismísimo Christopher Lee. Desarrollando en la época de los setenta películas de corte más convencional como “Exorcismo negro” (exploit del clásico de Friedkin) o “Infierno carnal”, en 1978 realizaría “Perversão”, película que nos ocupa, que a pesar de no contar con la mágica inspiración de las obras dedicadas a Zé do Caixao, si nos regala con fuertes escenas de sexo y gore.

Sinopsis:

Vittorio Palestrina, “El Comendador”, es un empresario multimillonario que tiene comprado el respeto de todo Sao Paulo. Tras violar salvajemente a una joven virgen, Silvia, y arrancarle un pezón de un mordisco, queda totalmente impune por falta de pruebas, continuando con su rutina, consistente en dar fiestas en su mansión en las que seduce a nuevas jovencitas para satisfacer sus más bajos instintos. Un día conoce a la cándida Verónica, de la cual se enamora, pero ésta no quiere más que su amistad. Tras darle calabazas en repetidas ocasiones, finalmente, la joven accede a la insistencia de Vittorio. Tras consumar el coito, Verónica, que es la hermana mayor de Silvia corta de cuajo los genitales del empresario en venganza por la afrenta.

Clásica historia de venganza femenina frente al macho maltratador, tan en alza en la década de los setenta. En realidad, los finales de justicia poética en los que el hombre solía acabar con sus miembros amputados como en “La violencia del sexo”, 1978, o “El día de la madre”, 1980, no eran más que el pretexto para poder construir un relato plagado de sexo explícito y violencia gratuita, éstas cintas obtenían el éxito de taquilla tanto por la venganza final, como por las vejaciones previas de las que era objeto la dama en cuestión. Al igual que con los giallos o con los slasher, el espectador suele tender a identificarse antes con el verdugo que con la víctima.

La obra se abre de manera contundente. Un plano detalle de las largas y sucias uñas del Comendador Vittor Palestrina (uñas reales que caracterizaron siempre la figura del atípico realizador) muestran al indeseable sujeto portando un vaso cargado de alcohol que ofrece a una virgen y cándida muchacha, a la cual emborracha para abusar sexualmente de ella y posteriormente arrancar de un mordisco uno de los pezones de la joven. La sangre emanando del recién mutilado seno da paso a los títulos de crédito. El desarrollo de la escena no puede ser más lento y violento, ante las negativas de la joven, Vittorio insiste una y otra vez, obligándola a beber y posteriormente desnudándola con malsana recreación. Primeros planos del atormentado rostro de la víctima se intercalan con el lento discurrir de las agujas en un reloj de cuco mostrando de manera tortuosa el “eterno” tormento que está experimentando Silvia.

A partir de aquí, tras dejar clara la psicopatía del Comendador, la película cae en un lento discurrir, acumulando, una detrás de otra, escenas intrascendentes, hilvanadas por un tosco y desaliñado montaje. Un post aparte podría dedicársele a las innumerables faltas de raccord o a la molesta finalización de secuencias desenfocando el objetivo de la cámara. Por contra, se articula un interesante, a pesar de superficial, discurso en torno a la hipocresía de la alta sociedad, de las cuidadas apariencias, y sobre todo del poder corruptor del dinero, que convierte a quienes lo ambicionan en buitres en busca de carroña. A pesar de lo exagerado, es muy ilustrativa la escena en la que el pérfido Vittorio exhibe en mitad de una fiesta el pezón de la joven que guarda como quien guarda un trofeo, los tempranos gestos de rechazo (tan sólo en el rostro de algunos invitados) pronto tornan en aprobación claramente mayoritaria.

El repentino enamoramiento que sufre el malvado empresario no deja de ser curioso, cuando hasta el momento era un auténtico castigador (no sólo en el aspecto físico), que rechazaba cualquier compromiso con cualquier dama para mantener su status de soltero de oro. El grasiento play-boy se convierte de la noche a la mañana en cazador cazado, necesidades argumentales obligan, dando paso a la parte más aburrida de la película. El cortejo de Vittorio a Verónica es de una cursilería insoportable, a saber, paseos por el campo oliendo las florecillas silvestres, carreritas por la playa (todo debidamente edulcorado con las canciones ¿románticas? de turno)… y por supuesto ¡nada de sexo!, ¿qué digo sexo?, ¡ni un casto beso!

Afortunadamente el color de rosa que se estaba apoderando inesperadamente de la cinta se tornará rojo oscuro con la salvaje escena final.

Sesión ultra-hardcore con la esperada castración post-coital, recreada satisfactoriamente al ralentí. Tras el tajazo sufrido por el frío corte de la navaja, manejada con clínica frialdad por la vengativa estudiante de medicina, Vittorio, el otrora torturador, se convierte en indefensa víctima, desangrándose lentamente entre gritos de dolor, su oronda figura, desnuda, luce más patética que nunca, su rostro, con gesto estúpido y bobalicón, despierta cualquier tipo de sentimiento (odio, asco, risa), antes que pena o piedad. Mientras continúa gritando tumbado boca arriba, Silvia, le coloca con inusitada templanza unas gasas para cortar la hemorragia.

viernes, 20 de junio de 2008

SUPERMAN CONTRA LA BANDA NEGRA

Attack from space
Director: Teruo Ishii
Guión: Ichiro Miyagawa
Fotografía: Takashi Watanabe
Música: Chumei Watanabe
Intérpretes: Ken Utsui, Sachihiro Ohsawa, Junko Ikeuchi, Minako Yamada, Shoji Nakayama, Kan Hayashi, Minoru Takada, Utako Mitsuya, Chisako Tahara, Reiko Seto, Akira Tamura, Tomohiko Ohtani, Fumiko Miyata, Johji Ohhara.
(Japón) 1957

Sinopsis:

Los zafirianos, habitantes de la recóndita galaxia de Zafiro preparan una guerra contra el resto del Universo, empezando por la tierra. Para asegurar el éxito de su colonización universal secuestran al terrícola Dr. Yamanaka, experto diseñador de misiles, y a sus hijos. La tierra cuenta con un inesperado aliado. “Superman”, un habitante del evolucionado planeta Esmeralda. Equipado debidamente con un “globómetro”, curioso artilugio creado recientemente por los esmeraldinos, el héroe extraterrestre salvará el planeta de los invasores.

Si normalmente las traducciones al castellano de los títulos originales de las películas dejan bastante que desear, este es un caso especialmente irritante. “Superman contra la banda negra”, así se estrenó la película en España en 1966 y así reza ahora la edición en DVD. Pues bien, ni una cosa ni la otra. “Superman”, que no guarda ningún parecido con el personaje creado por Joe Shuster y Jerry Siegel, más allá de su origen extraterrestre y su capacidad para volar (aunque en este caso vuela gracias al “globómetro” que han inventado sus compatriotas y no a las condiciones favorables que le pudiera proporcionar la atmósfera terrestre) se llama en realidad “Supergiant” y no es más que un japonés vestido con pijama con capa y capucha coronada por una antena, vamos como un participante cualquiera de “Takeshi’s Castle” (Humor amarillo) pero con un poco más de carisma y sin estar manchado de barro. “La banda negra” supuestamente se refiere a los zafirianos, pero estos usan trajes diferentes dependiendo de la sección que ocupen. Pueden ir vestidos con el traje negro, plateado o con el mejor de todos, el de marine, con gorra blanca incluída.

La producción corre a cargo de la Shintoho (Nueva Toho en castellano). Productora japonesa nacida a raíz de las constantes huelgas producidas en el seno de la todopodersa Toho durante los años cuarenta. Especialista desde su creación en producciones exploitation; no en vano, en principio era la división de la Toho encargada de las películas más comerciales, mientras el gigante nipón cultivaba un cine más personal. En 1947 entraría en la nómina de la compañía Teruo Ishii, quien se adaptaría a la perfección al modelo de rodar mucho y barato, seña de identidad de la casa. Tras desempeñar trabajos de guionista y ayudante de dirección y dirigir un film sobre el mundo del boxeo, en 1957, Ishii, dirigirá la saga dedicada a “Supergiant” que le haría popular. Formada por tres entregas: “Superman el invencible”, “Superman ataca a los platillos volantes” y la comentada aquí, “Superman contra la banda negra”, cada entrega es un montaje realizado en EE.UU a partir de dos capítulos del serial japonés original “Supaa Jaiantsu”, constituido en total por seis episodios.

El argumento de esta tercera entrega de la saga es de una simpleza insuperable: Humanidad en peligro por raza extra-terrestre ofensiva salvada por raza extra-terrestre amiga que envía un super-hombre para salvar la tierra. No hay más. Podría servir de base para un guión de “Rambo” salvando a los habitantes de otro planeta.

La ingenuidad de los diálogos, los casposos efectos especiales, las maquetas de cartón de las naves espaciales sujetadas por cables (perfectamente visibles), las transparencias sobre fondos distorsionados, las coreografías a dieciséis imágenes por segundo o incluso los saltos logrados mediante el rebobinado de la imagen, son características comunes en multitud de películas de serie Z de ciencia-ficción de las década de los cincuenta. Sin embargo, esta demencial película posee dos peculiaridades que me fascinan enormemente:

1. El carácter cosmopolita del planeta Esmeralda: Mientras los zafirianos son todos de apariencia semejante a la humana, los esmeraldinos son cada uno de su padre y de su madre, robots todos ellos (si son todos robots ¿Quién los ha construido?) pero cada uno con su propia personalidad. Algunos de ellos tienen forma de estrella de cinco puntas y poseen un solo ojo en la punta superior que además está coronada por un aro, otro, que al parecer lleva la voz cantante en las reuniones, tiene una cabeza cónica de metal con una corona en la cúspide cuyo interior está ocupado por una gran bombilla con forma esférica. Rompiendo con la moda metálica del planeta está nuestro amiguete “superman” luciendo esas mayas que le marcan el slip, que a diferencia de su hortera colega norteamericano, lleva por dentro y no por fuera del pantalón. Se agradece.

2. El globómetro: Espectacular invento presentado bajo la utilitaria forma de un reloj de pulsera que permite a su portador volar, detectar campos radioactivos y hablar cualquier idioma del universo (¡y yo que me preguntaba como se comunicaban los extraterrestres con los abducidos!, que inocente soy), ahora todos sabemos que “Q”, el entrañable inventor de los artilugios que James Bond despedaza en la mayoría de películas de la saga, no es en realidad británico, sino esmeraldino. Un apunte, a pesar de que el invento es made in Esmeralda, la pulsera luce un mapamundi que toma a Japón como centro geográfico.

Dos secuencias puntuales a rescatar: El cambio de traje que protagoniza “Superman” tras un biombo en décimas de segundo (sonrojaría al mismísimo Clark Kent) y la interminable batalla en la que nuestro héroe se pone a ¡disparar! revolver en mano contra los beligerantes zafirianos (desde luego, un superhéroe diferente) aunque estos se levantan una y otra vez sin el menor rasguño (los japoneses, perdón, los zafirianos son así). Por lo demás una película bastante plana, nada que destacar, no hay diálogos especialmente marcianos ni alocados, ni tampoco se explota el filón erótico, más bien el producto es bastante mojigato (estamos aún en los tímidos cincuenta) y tradicional (odiosa la escena en la que “Superman” lleva volando a la hija del Dr. Yamanaka). La película se toma demasiado en serio a si misma, su inexistente tensión dramática, la ausencia de escenas de acción creíbles, el mortecino blanco y negro de la fotografía, en definitiva, su pésima calidad, hacen su visionado sólo apto para gourmets de la caspa más acartonada y completistas de celuloide rancio.

Agradecer la iniciativa de la compañía Naimara producciones que sigue apostando por desenterrar estas joyitas del fantástico nipón y pasarlas a formato digital bajo el nombre genérico de “Asian trash cinema”. “Superman contra la banda negra” está editada en programa doble (al igual que las ediciones precedentes de la colección) junto con “Los invasores del espacio” del desaparecido Kinji Fukasaku, creador de grandes “yakuza eiga” durante la década de los setenta, además de dirigir la exitosa “Battle Royale”. El pack se completa con suculentos extras: Audiocomentarios para “Los invasores del espacio” a cargo de José Luis Viruete, entrevista con Jackie Chan, copiando a George Lucas, escenas eliminadas y un par de cortometrajes, “Objetivo: La Tierra” y “Marcianos al volante”. ¡¡Irresistible!!

jueves, 12 de junio de 2008

SANTO EN EL TESORO DE DRÁCULA

Santo en el tesoro de Drácula
Director: René Cardona
Guión: Alfredo Salazar
Productor: Guillermo Calderón Stell
Música: Sergio Guerrero
Director de fotografía: Raúl Martínez Solares
Intérpretes: Santo el enmascarado de plata, Aldo Monti, Noelia Noel, Roberto G. Rivera, Carlos Agosti, Alberto Rojas, Pili González
(México) 1968

Icono de la cultura pop, héroe infantil, luchador infatigable, personaje de cómic primero e ídolo de la pantalla después. Rodolfo Guzmán Huerta, es decir, Santo el enmascarado de plata, deleitó a grandes y pequeños a lo largo de más de medio centenar de películas, mezclando risa, aventura y escalofrío a partes iguales. Demostrando que también hay sitio para el honor y los valores morales en el cine casposo.

Aunque no se encuentre entre lo más original ni brillante de su filmografía “Santo en el tesoro de Drácula” propone un interesante choque entre el luminoso mundo del luchador mexicano y la oscuridad propia del vampiro más célebre de la historia.

Sinopsis:

Santo ha desarrollado un sistema capaz de devolver a una persona a una vida anterior. Ante la falta de voluntarios para probar su invento, su “amiga”, Luisa, accede a realizar la prueba, regresando a su anterior existencia, en la que era vampirizada por el mismísimo Conde Drácula. Santo y sus colegas observan como se desarrollan los acontecimientos (¡A través de una televisión!), descubriendo que el Conde es dueño de un valioso tesoro; pero, ante el peligro que corre la vida de la joven voluntaria (que está a punto de ser atravesada por una estaca al igual que su aristocrático amante) se ven obligados a intervenir trayéndola de nuevo al presente. A su vuelta intentarán hacerse con el tesoro de Drácula (para repartir entre los más necesitados, ¿qué se pensaban?), pero un misterioso hombre enmascarado, acompañado por sus compinches, seguirá los pasos de Santo y los suyos para intentar arrebatarles el botín. ¡Que empiecen las hostilidades!

En el tono habitual de las producciones del Santo, a saber, una mezcla de aventura fantástica, terror, comedia (con voluntariedad o sin ella) y por supuesto lucha libre mexicana, “Santo en el tesoro de Drácula”, nos transporta a un México decimonónico que es la viva imagen de la Transilvania descrita por Bram Stocker en su novela “Drácula”. La primera parte del film, desde que Luisa (en lugar de Mina) conoce al Conde es un claro plagio-homenaje a la segunda parte de la célebre adaptación cinematográfica llevada a cabo por Tod Browning en 1931 (los planos detalle de los ojos de Drácula son idénticos). Aldo Monti (el actor italiano es, sin lugar a dudas, lo mejor de la película) en el papel que catapultara a la fama a Bela Lugosi, hace su majestuosa entrada elegantemente vestido (pajarita, capa y bastón) y envuelto en brumas. La banda sonora, a golpe de theremin, junto a los primeros planos del intimidante rostro de Aldo y su elegante prosa, crean la necesaria atmósfera desasosegante que debe tener todo relato vampírico que se precie.


Escenas como la de Drácula en su lóbrega cripta, rodeado de su harén particular sometiendo a nuevas doncellas, o la llegada del vampiro, convertido en murciélago, a la alcoba de Luisa (cargadas ambas de un delicioso erotismo gótico), sitúan la película en un punto intermedio entre las cintas de la Universal de los años 30 y 40 (por su escenografía) y las producciones de los 50 y 60 de la Hammer (la incorporación de colmillos al vampiro y la utilización de su mordedura como simil sexual) subiendo notablemente el nivel habitual de las producciones del Santo.

En cuanto Santo vuelve a aparecer en pantalla, el ambiente malsano desaparece de inmediato, dando paso a la sucesión de escenas delirantes que repetiría a lo largo de su dilatada filmografía: Santo pegándose con los malos (con todos a la vez), haciendo gala de su repertorio técnico en cuanto a llaves de lucha se refiere (en esta ocasión contaría además con la ayuda de gadgets bondianos, como su radio reloj, imprescindible en el desenlace de la trama) descifrando el misterio para encontrar el tesoro (el que vale, vale) y saliendo victorioso de su ineludible cita con el ring.

Personajes estereotípicos sustituyen en la segunda parte de la función al interesante Conde:

El Doctor Sepúlveda: intelectual y mano derecha del Santo, habla poco (no vaya a ser que el enmascarado de plata le suelte una tollina), pero cuando lo hace es con conocimiento, siendo de gran ayuda para la solución problemas.

Perico: Flaco, vestido de manera extravagante y con enormes gafas de pasta; propicia la mofa del resto del grupo, (se supone que también del espectador) por su actitud cobarde y ridícula, protagonizando todos los chistes de la película (especialmente marciano el incidente con el silbato). Santo lo tiene totalmente bajo su control y lo utiliza a su antojo, llegando a abofetearlo o a dedicarle lindezas del tipo “Eres muy listo, te felicito, ¡idiota!” (da gusto tener amigos así).

Luisa: La heroína, de carácter fuerte y decidido, supuestamente bella. Luce un cardado imposible y vestimenta futurista (atención al chándal plateado que se gasta la niña, modelito imprescindible para viajar en el tiempo), poco más (está claro el carácter eminentemente machista de las películas de Santo, dónde las mujeres son meros objetos decorativos).

La troupe de malvados: Liderados por un cerebro tan brillante como perverso, el hombre enmascarado (su identidad será desvelada en la parte final, permanezcan atentos), guiado siempre por la ambición, al que siguen sus esbirros que tiemblan con sólo oír el nombre del luchador enmascarado. Su mano derecha es su forzudo hijo, Atlas, quien se batirá sobre el ring contra el Santo (como si el pobre tuviera alguna opción)

En definitiva, una primera parte que prometía una película “diferente” del Santo, con regusto clásico al buen cine de vampiros, pero que desgraciada o afortunadamente, (dependiendo del gusto del respetable) acabó como siempre, hostias varias, malos atrapados, y Drácula (resucitado de manera más que forzada) junto con sus novias convertidos en ceniza. Happy end .

domingo, 8 de junio de 2008

LOS OJOS AZULES DE LA MUÑECA ROTA

The blue eyes of the broken doll.
Director: Carlos Aured
Guión: Jacinto Molina y Carlos Aured (Sobre una historia de Jacinto Molina)
Música: Juan Carlos Calderón
Director de fotografía: Francisco Sánchez
Productor ejecutivo: José Antonio Pérez Giner
Intérpretes: Paul Naschy, Diana Lorys, Eduardo Calvo, Eva León, Inés Morales, Antonio Pica, Pilar Bardem, Luis Ciges, Maria Perschy
(España), 1973

Jill es un preso fugado que, bajo su nueva identidad, intenta huir del patíbulo y de sus propios recuerdos, dominados por el asesinato de su esposa a la que el mismo mató. Una buena mujer, Claude, que comparte oscuro pasado con Jill, (su mano derecha está cubierta por una prótesis que oculta una terrible mutilación) lo recoge una noche mientras éste hacía auto-stop y le ofrece trabajo como encargado de mantenimiento de su caserón, cerca de la localidad de Angers (Francia), donde la mujer vive junto a sus dos hermanas, Nicole, (de apetito sexual insaciable) e Ivette, (postrada en una silla de ruedas desde hace años) y una enfermera, Michele.

Mientras Jill va desarrollando sus quehaceres diarios en el caserón, comienza a atraer la atención sexual de las solitarias hermanas (muy cachonda esa escenita filo-gay en la que Naschy corta troncos en el jardín con el torso desnudo ante la lúbrica presencia de Nicole, la cual se le acerca como una gata en celo y mientras roza su sudorosa espalda con uno de sus dedos le susurra al oído “Eres muy fuerte”). Más tarde, la ardiente Nicole, en una escena tan directa que convertiría en mojigata a cualquier producción pornográfica, irrumpe en mitad de la noche en la habitación del vigoroso huésped, portando únicamente una bata semitransparente sobre su conjunto de ropa interior. Atención al profundo diálogo de cuidada prosa.

-Paseaba por el jardín y ví la luz encendida, padezco insomnio.
-Yo tampoco puedo dormir (responde el eventual galán).

(Ya no hay más diálogo, a partir de aquí se suceden los arrumacos, los suspiros y los jadeos, aunque nuestro torturado mozo no es capaz de copular con la hembra por el trastorno a causa del asesinato de su esposa, se supone. La escena se parece a otro gatillazo cinematográfico, el de Bill Pullman en “Carretera perdida” David Lynch, 1997, aunque con Patricia Arquette en la cama no hay excusa que valga).

A pesar del pequeño incidente pronto Jill ejercerá de semental y retozará alegremente con la fogosa muchacha. A consecuencia de ello, un ex-novio de la traviesa amante intenta apuñalar al pobre Jill, quien se muestra diestro en el combate cuerpo a cuerpo, aunque no logra evitar una cuchillada en el costado.

Tras el temporal llega la calma, en forma de nuevo revolcón, en esta ocasión con Claude, la señora de la casa. Momentos previos al coito, ante la pregunta que ésta le hace sobre si abandonará la casa tras el incidente, nuestro bravo galán (desde ya, ídolo) alzando sus plumas de pavo real con una frase que parece plagiada al mismísimo Chuck Norris, responde con rotundidad: “Yo no me asusto fácilmente, soy demasiado duro, desde ahora tendré más cuidado por si vuelve, aunque él se llevó lo suyo” (¡así de chulo es él!).

Esta primera parte del metraje de marcado carácter erótico-festivo da paso a una segunda parte mucho más seria y truculenta que no desmenuzaré para no revelar acontecimientos claves de la trama. Los asesinatos comienzan a sucederse, (cada vez recreados con más detalle) y tanto el doctor de la familia como el gendarme de la localidad sospechan de Jill, debido a su condición de forastero y a su reservado carácter. La investigación lleva al descubrimiento de la verdadera identidad de Jill, como era de esperar; ahora está atrapado y se ve obligado a huir de nuevo, pero ¿es realmente el asesino? Un final sorprendente y alucinado nos revelará toda la verdad (merece la pena que lo vean, sin duda, lo mejor de la película).


Última de las colaboraciones que llevarían a cabo el recientemente fallecido director Carlos Aured, y el polifacético Paul Naschy (pseudónimo tras el que oculta su verdadero nombre, Jacinto Molina Álvarez) tras “El espanto surge de la tumba”, “El retorno de Walpurgis” y “La venganza de la momia”, todas ellas rodadas en el 73. Naschy, que contribuyó a la película (además de realizar el papel protagonista) con la escritura del guión, es uno de los grandes nombres del cine fantástico patrio. Se le conoce como el Lon Chaney español por la multitud de papeles que le ha dedicado a su amado cine fantaterrorífico; sobre todo en el rol de hombre-lobo, papel que le permitiría debutar como protagonista (y que el mismo escribió) en la clásica “La marca del hombre lobo” de Enrique López Eguiluz, 1968 (donde aparece por vez primera su personaje de Valdemar Daninsky) a la que seguirían entre otras “La noche de Walpurgis” León Klimowsky, 1970, “El doctor Jeckyll y el hombre lobo” León Klimowsky, 1972 o “El retorno del hombre lobo”, Jacinto Molina, 1980, (film adaptado hace unos meses al formato cómic, con espléndidos dibujos de Javier Trujillo). Licenciado en arquitectura y campeón de España en halterofilia en 1958, Naschy cuenta en su haber con catorce películas dirigidas. Todo un todo-terreno que al igual que el genial Jess Franco es más conocido y valorado allende los mares que en nuestra propia tierra.


La película es una de las pocas incursiones del cine español en el giallo. Por su naturaleza a caballo entre el policiaco y el cine terror, a pesar de no ser de nacionalidad italiana, el film cumple con las convenciones del género. La identidad del asesino no es revelada hasta el final y éste va rigurosamente vestido con abrigo largo y guantes negros, como manda la tradición. Destacable es también el regusto sádico en la consecución de los crímenes. El título (que hace referencia a los ojos azules que el asesino arranca a sus victimas de rubio cabello) también hermana con clásicos del género, en su gusto por la truculencia y la sonoridad, “Una mariposa con alas ensangrentadas” Duccio Tessari, 1971, “I Corpi Presentano Tracce de Violenza Carnale” Sergio Martino, 1973 o “El pájaro de las plumas de cristal” Dario Argento, 1970.

Etiquetados genéricos aparte, la película es producto de su época. Desde los títulos de crédito nos acompaña la música hortera característica de tantas producciones españolas rodadas durante los sesenta y setenta; lo mismo servía para una película de Paco Martínez Soria, Gracita Morales o para una de terror, como es el caso (adornada en esta ocasión por unas notas fúnebres al chelo). La economía de las producciones exigía un rodaje apresurado, lo que resentía la calidad final de la obra, en la que abundan escenas de relleno y planos técnicamente deficientes, como los zooms violentos y acelerados tan socorridos por aquel entonces en el cine terrorífico. La iluminación deja también bastante que desear, sobre todo en las escenas nocturnas. Un claro ejemplo de ello es la secuencia del cementerio donde se produce el primero de los asesinatos.

Como ya se ha descrito más arriba las escenas subidas de tono son abundantes, lo que deja al descubierto el carácter decididamente exploit del producto (sangre y sexo). La explotación de la violencia llega a sus cotas más altas en la escena en la que un cerdo es degollado realmente en plano detalle, ¡puro mondo!. Ignoro si el metraje del que he podido disfrutar (edición en dvd perteneciente a la colección Paul Naschy, distribuída por Tripictures) sería el mismo que en su día fue estrenado en España, lo que resultaría, cuanto menos, sorprendente, teniendo en cuenta que ese mismo año los españolitos tenían que cruzar los pirineos para ver a Marlon Brando y su famosa escena con mantequilla incluida en “El último tango en París”, Bernardo Bertolucci, 1973.

La escena final es absolutamente enfermiza (con detallito gore incluído que hará las delicias de los seguidores de Lucio Fulci o George A. Romero y que no pienso desvelar), recordándonos a otro de los clásicos por antonomasia del gore cañí, como es “La residencia” Narciso Ibáñez Serrador, 1969, que nos sumerge en el desquiciado mundo de la mente del psicópata como hiciera el maestro Alfred Hitchcock con Norman Bates en su deslumbrante “Pshyco” 1960.

jueves, 5 de junio de 2008

DISTURBIOS EN EL CEMENTERIO



Brivido Giallo: Una Notte Al Cimitero
Director: Lamberto Bava
Guión: Dardano Sacchetti y Lamberto Bava (sobre una historia de Daradano Sacchetti)
Fotografía: Gianlorenzo Battaglia
Música: Simon Boswell
Intérpretes: Gregory Lech Thaddeus, Leo Martino, Beatrice Ring, Gianmarco Tognazzi, Karl Zinny, Lino Salemme, Gianpaolo Saccarola,
(Italia) 1987

El director romano Lamberto Bava, hijo del maestro del cine fantástico, Mario Bava, e injustamente comparado en innumerables ocasiones con su progenitor, ha sido siempre un estandarte, mas que pese a algunos, del cine de terror, sobre todo en su Italia natal. Compañero de generación de Dario Argento o Lucio Fulci, entre otros, su labor nunca estuvo tan reconocida como la de sus colegas, y mucho menos como la de su, ahora, admirado padre. A pesar de haber sido maltratado por la crítica, algunas de sus producciones han gozado del éxito de taquilla, como sus archiconocidas “Demons” y “Demons 2”.

“Una notte al cimitero” forma parte de una serie titulada “Brivido giallo” que Lamberto Bava realizó para la televisión italiana.

Sinopsis:

Un grupo de jóvenes descerebrados se van de fiesta en una furgoneta. Tras robar provisiones en una estación de servicio los carabinieri les persiguen. Consiguen escapar pisando a fondo el acelerador, llegando a una zona boscosa donde el vehículo queda varado en medio de una laguna. Continúan la senda a pie hasta que, ya de noche, arriban a una fantasmagórica edificación supuestamente abandonada. En la parte baja hay una taberna regentada por un tipo apestoso que les propone una curiosa apuesta: Aguantar una noche en la cripta situada en el sótano del edificio a cambio de un enorme tesoro. Los jóvenes bajan a la lúgubre estancia ignorando la cantidad de sorpresas que les aguardan hasta la llegada del alba.

El inicio condensa todos los elementos que se irán desarrollando a lo largo de la función: El carácter insensato e infantil de los jóvenes, la gratuita exhibición de elementos del imaginario fantástico por pura nostalgia cinéfila (La carreta tirada por dos caballos sin conductor alguno, al igual que en la novela “Drácula” de Bram Stoker, o las enormes huellas que encuentran en mitad del bosque. En ningún momento del metraje aparecerá ningún ser de esas proporciones), la utilización de efectos teatrales (forzado y excesivo uso de la niebla artificial) y de sonido (a golpe de sintetizador) para crear ambiente terrorífico, así como la utilización de frases truculentas inscritas en antiguas esculturas (“maldito sea el hombre que construya un templo de dios sobre el hogar de los muertos”) buscando dotar al relato de cierta trascendencia y el sinsentido de un guión que se mueve a marchas forzadas conduciendo la historia a ninguna parte, igual de perdido que los atribulados personajes. La unidad temporal es inexistente, se pasa del día a la noche de manera repentina.

Dicho esto, la peli es un divertimento de primera categoría para todos los integrantes del fandom fantaterrorífico. El film goza de un sentido del humor envidiable. Se parodia sin miramientos numerosos personajes clásicos del género. Se hacen chistes sobre hombres lobo; criaturas deformes y putrefactas vuelven despavoridas a sus tumbas al ver a los jóvenes protagonistas (¿Se inspirarían en esta película los responsables de “Monstruos S.A”), mientras que un vampiro se levanta bostezando de su tumba.

A pesar del desenfadado carácter de la propuesta, los decorados respetan la mejor tradición en lo que a imaginería gótica se refiere. Todas las estancias del edificio donde se desarrolla la acción están cuidadas al detalle: Lugares fríos y espaciosos construidos en piedra, pasillos laberínticos, escaleras, barrotes oxidados, polvo, telas de araña, tumbas, esqueletos, espejos, fauna roedora y arácnida, austeridad en el mobiliario, escasa iluminación (candelabros en interiores y la luz de la luna en exteriores, dónde, como ya he indicado antes, es profuso el uso de neblina). El tétrico lugar se encuentra coronado, como debe ser, por una cripta, la que pierde parte de su encanto al estar excesivamente iluminada. Destaca del conjunto el foso infernal en el cae uno de los atribulados protagonistas: Aguas turbias y estancadas pobladas de cadáveres putrefactos y un enorme ojo nervudo emergiendo con saña de las profundidades.

Por estos lares hay que andarse con ojo.

El maquillaje, obra de Fabrizio Sforza, al igual que en todas las películas de Lamberto Bava, y en general en la producción fantástica italiana de la época, presenta un barroquismo acentuado. En este sentido se podría hermanar con las recargadas caracterizaciones zombies del cine de Lucio Fulci, exceptuando la casquería, que no aparece por ningún lado en esta cinta.

El “look” es víctima de la estética de su época. La furgoneta de los protagonistas es muy ilustrativa al respecto. Rigurosamente pintada a base de graffitis de marcado carácter pop; merece especial atención su recargado interior: “Loro” como emisora del vehículo, escorpión de goma colgando del espejo delantero, televisión portátil y bandera confederada en el asiento trasero. El diseño de vestuario parece sacado del rastrillo de la esquina: chupa de aviador (con su característico cuello vuelto de borreguillo), pantalones vaqueros de pitillo, chalecos y cardados imposibles. ¡Lujo y glamour!

Nos encontramos ante una película cuya falta de seriedad no perjudica su disfrute, pues rebosa imaginación, situaciones cómicas y entretenidas. Altamente recomendable para los amantes de los comics de la E.C, los acólitos del tío Creepy, del terror del cine de barrio y de las sesiones golfas, de la familia monster, de la pandilla basura, en definitiva, de lo rancio. ¿A quien le importan las incongruencias del guión, con ese precipitado e incoherente final, si podemos ver a un grupo de vampiros del silgo XVIII comiendo gusanos y tarántula sobre gelatina?

martes, 3 de junio de 2008

INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL




Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull
Director: Steven Spielberg
Guión: David Koepp (escrito sobre una historia de George Lucas y Jeff Nathanson)
Música: John Williams
Fotografía: Janusz Kaminski
Intérpretes: Harrison Ford, Cate Blanchett, Shia LaBeouf, Karen Allen, John Hurt, Ray Winstone, Jim Broadbent, Ian McDiarmid, Joel Stoffer
(EE.UU) 2008

El comienzo es muy prometedor. Un Indy reciclado por el inevitable paso de los años (su aparición no puede ser más nostálgica, esa silueta recortada sobre el vehículo militar coronada por su sempiterno sombrero) pero que aún conserva la chispa y la ironía de antaño, (se podría decir eso de que el que tuvo retuvo), acompañado por su compañero de aventuras Mac, es sorprendido como siempre por los malos, en esta ocasión agentes soviéticos, en pleno desierto del suroeste de los EE.UU.

La acción comienza rápido, una de las características más positivas de la saga. El maduro arqueólogo consigue huir, como no podía ser de otro modo, y aparece en un pueblo prefabricado, cuya única función es ser pasto de las pruebas nucleares (uno no puede dejar de pensar en el magnífico re-make de “Las Colinas tienen ojos” del excelente realizador galo Alexandre Aja y las pruebas nucleares en el desierto de Nuevo México) Justo antes de la explosión, Indy, consigue meterse en una nevera que le salva de morir abrasado (Es que Indy es mucho Indy).

En la universidad, el veterano profesor ya no es acosado por sus alumnas como lo fuera en el pasado, el F.B.I es ahora el que no le da tregua, hasta tal punto que se ve obligado a dejar la docencia. Cuando se disponía a viajar hasta Londres en busca de un nuevo hogar donde poder retomar sus clases, se cruza en su camino el joven Mutt Williams (encarnado por la refrescante presencia de Shia LaBeouf, cuya aparición en pantalla, con chupa de cuero y gorra, a lomos de su deslumbrante Harley Davidson, homenajea a Marlon Brando en “Salvaje” Laszlo Benedek, 1954 de moda por aquel lejano e ingenuo 1957) el cual le pide un favor personal, que les llevará tras la pista de la calavera de cristal. He aquí el Mac Guffin: La calavera antropomórfica echa de cristal de cuarzo de una sola pieza. La coartada perfecta para viajar a mundos ocultos y olvidados, en este caso el corazón de Perú, donde habitan peligrosas civilizaciones para el urbanita moderno.



Dieciséis años se lleva gestando el proyecto de la cuarta entrega de la saga de Indiana Jones, y durante todo este tiempo, no han sido pocos los que han señalado lo innecesario del proyecto. ¿Por qué ha desembarcado ahora Indy en las pantallas de todo el mundo? ¿Está realmente el personaje acabado, como, supuestamente, lo estaban los slyanos Rocky y Rambo?.

El caso de los films de Stallone quizá sea diferente, por un lado, "Rocky Balboa" viene a refrescarnos la memoria con una idea que siempre tuvo mucha fuerza en el pasado y que parece perdida en estos tiempos de fama rápida y tecnología multimedia (la frase de Warhol sobre los quince minutos de fama nunca tuvo tanto sentido), la idea del esfuerzo, de la superación humana, parece necesaria en nuestra sociedad actual. Por su parte, "John Rambo", la película, sorprendió con su violencia hiperrealista, aunque eso no haya sido suficiente para tapar las deficiencias de un guión más que flojo. A través de estas películas, el viejo Sly ha intentado (y a juzgar por las recaudaciones de ambas, logrado con éxito) recuperar parte del prestigio perdido, al menos entre sus seguidores.

¿Qué prentende el tándem Spielberg-Lucas con esta cuarta entrega de las aventuras del arqueólogo más famoso de la historia? En mi opinión es una manifestación más del miedo actual de EE.UU a todo país que no promulgue con su política exterior

La acción se sitúa en 1957, en plena era Eisenhower, (un presidente obsesionado con el anti-comunismo y con el poder atómico) los momentos más crudos de la guerra fría. ¿No existe en la sociedad post 11-S una desconfianza sobre el mundo islámico similar a la que había en la guerra fría sobre el comunismo? ¿Qué hay que se parezca más a la paranoia atómica posterior a la II Guerra Mundial, que el actual miedo a un nuevo atentado terrorista, ya sea este en forma de aviones kamikaze, bombas a civiles en capitales super-pobladas, ataques bacteriológicos, o como apuntaba la "Jungla 4.0" Len Wiseman, 2007 o la serie "24" (claros ejemplos de la paranoia política norteamericana llevados a la ficción), un virus informático capaz de colapsar la economía occidental?

La película está cargada de ideología pro-americana, más cerca del propagandismo político que del cine de evasión. El patriotismo rancio y chusco de Indiana Jones llega a límites vergonzosos cuando, encañonado por el arma de la coronel Irina Spalko (interpretada magistralmente por una fría y sensual Cate Blanchett), no se le ocurre otra cosa que decir (¡como última voluntad antes de morir!): “Viva Eisenhower” (Ex general famoso por dirigir el desembarco de Normandía y presidente republicano entre 1953 y 1961. Firmó pactos anti-soviéticos, entre otros países, con la España franquista)

Por lo demás la película responde al clásico guión de la cinta de aventuras: buenos en apuros con malos más numerosos que les pisan los talones y que están a punto de matarlos en numerosas ocasiones, pero por una razón u otra, todas igual de forzadas, nunca lo logran. El final es el consabido Deux ex Machina, en el que el héroe es salvado in-extremis por la providencia, en el caso de esta entrega casi de manera literal, en un final más propio de “Expediente X”

La resolución de las escenas de acción no pasa del aprobado, no deja de ser lo mismo que hemos visto a lo largo de la saga y en innumerables producciones de acción, sin introducir nada nuevo. A pesar del cacareado respeto del clasicismo (sólo un treinta por ciento de las escenas con fx han sido realizadas por ordenador) del espíritu de la película, las persecuciones ya no tienen la garra que poseían en los años ochenta. Precisamente por eso mismo; no se puede pretender mantener pegado a la butaca al espectador actual, acostumbrado a las últimas tecnologías, con los trucos que sorprendían hace dos décadas.

Lo que si supone un acierto es el trabajo de Spielberg con el director de fotografía, el genial Janusz Kaminski (¿Quién no recuerda los dramáticos tonos sepia de “La lista de Schindler”) respetando el cromatismo y la textura clásicas que Scolombe había desarrollado en las tres anteriores entregas. Deliciosa la escena que abre el film, desde los títulos de crédito, que recogen con una deslumbrante panorámica el desierto, hasta la explosión de la bomba describiendo una gran nube de fuego y arena, justo después de desintegrar los maniquís que poblaban la zona de pruebas. La escena de la cafetería, en la que Mutt e Indy comienzan a conocerse, tiene un gusto impecable en la elección de la paleta de colores. La trifulca que se provoca hacia el final de la escena, entre moteros y estudiantes, homenajea nuevamente a las pelis de bandas de los años cincuenta.

Una vez más la pareja Lucas-Spielberg juegan a convertir la caspa en lujo amparados en sus grandes presupuestos, escogiendo lo peor de cada mundo (la acción abrumadora, el ambiente familiar y el humor castrado de las grandes producciones y el argumento fantástico-folletinesco de la serie-b más delirante e incoherente). En esta ocasión su vena de adolescentes traviesos les ha llevado a colar hacia el final de la película una marabunta de hormigas gigantes y ultra-veloces, buscando no sé si la sorpresa, la risa, o la tensión del espectador; en lo que a mí respecta sólo consiguieron el bostezo.

El desarrollo de “Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal” resume de forma perfecta la trayectoria profesional de sus creadores. Comenzaron revolucionando la industria con películas tan refrescantes e interesantes como “American Graffiti” George Lucas, 1973, “El diablo sobre ruedas”, Steven Spielberg 1971 o “Tiburón” Steven Spielberg, 1975. Tras dar con la gallina de los huevos de oro; la saga “Star wars”, y reventar las taquillas de todo el mundo con las trilogías de Indiana y de Parque Jurásico (además de inventar el merchandising, el sonido THX, la industria de efectos especiales Light and magic, crear la productora Dreamworks, etc…) han acabado anquilosándose con el paso de los años. A pesar de que el público sigue acudiendo a las salas para ver sus producciones, ya no son los reyes del enterteinment (aunque a juzgar por la última escena de la película ellos deben de creer que aún lo son, ¿o que sino quiere decir, aparte de la vigencia de Harrison Ford como Indiana Jones, esa recuperación del sombrero que ya tenía entre sus manos el joven Mutt? ¿Los dinosaurios siguen dominando la tierra?) y sus propuestas carecen de la originalidad y frescura de la que gozaban. Los monarcas ahora están sentados cómodamente en sus tronos, mirando únicamente sus laureles y su ombligo (lo cual me parece de lo más lógico, pero, si han perdido el gusanillo de rodar que se dediquen a producir a nuevos talentos y dejen de colocarse detrás de las cámaras). Un mal que parece acuciar a gran parte de la sociedad norteamericana actual (me refiero a lo de estar sentado mirándose el ombligo, bueno, si hay petróleo… entonces si que echan un vistazo en otros países) una sociedad que durante el siglo pasado siempre se caracterizó por su dinamismo. ¿La muerte de una cinematografía? A juzgar por la producción que nos vienen ofreciendo durante la presente década todo hace indicar que lleva muerta bastante tiempo.