viernes, 31 de octubre de 2008

THIS IS HALLOWEEN

¡Féliz Halloween, chaatos!
31 de octubre, víspera de todos los santos (“All Hallows’Eve”). Halloween. La noche más especial del año para los amantes del terror. Una de las fechas más populares en el mundo occidental. Una fecha tan señalada merecía que vuestro perezoso y humilde anfitrión se levantara cual Drácula de su particular tumba creativa, ejercitando su oxidada mente y estirando sus fríos y contraídos dedos para escupir un puñado de palabras sobre el teclado dedicadas al evento.

Festividad aparentemente reciente, teniendo en cuenta el tipo de celebración actual (el primer gran desfile de Halloween, tal como lo conocemos, se realizó en 1921 en Minnesotta). Sus orígenes se remontan hasta hace más de 2500 años, cuando el pueblo celta celebraba cada 31 de octubre el último día del verano (sólo distinguían dos estaciones: verano e invierno), día en el que retiraban al ganado del campo para encerrarlo en los establos. Ante el supersticioso temor de que los muertos salieran de sus tumbas y se apoderaran del mundo de los vivos decoraban el exterior de sus casas con oscuros motivos para que los difuntos dieran media vuelta. La festividad se ha ido transformando a lo largo de los siglos con la influencia que otras culturas han tenido en ella, desde los romanos hasta los irlandeses del siglo XIX, quienes se la llevarían consigo a EE.UU tal y como la conocemos actualmente.

El cine norteamericano de bajo presupuesto ha sido el máximo responsable de la popularidad que goza Halloween. Películas como la fundacional (de un género, de una saga, de un estilo) “La noche de Halloween” (John Carpenter, 1978) mostraban como los niños norteamericanos se disfrazaban para ir de puerta en puerta en sus acomodados barrios pidiendo “truco o trato” y recibiendo golosinas de sus amables vecinos. Claro está que el tierno Michael Myers guardaba otros siniestros intereses bajo su traje de payaso, convirtiéndose, ya adulto, en símbolo del Halloween moderno con su vestimenta oscura, su máscara blanca y su inseparable cuchillo.


¿Truco o trato?

La obra maestra de Carpenter destaca, debido a su gran repercusión, como la mayor difusora de la festividad al resto del mundo. Sin embargo, han sido innumerables las obras que se han ocupado de retratar la noche de Halloween antes y después del mencionado slasher.

En 1905 se estrenó en el cine el primer documento filmado sobre la festividad, de inequívoco título “Halloween”. En 1931, superada la época silente, se filmaría el primer trabajo sonoro en forma de cortometraje, bajo el mismo título que su antecesor mudo, dentro de la serie “Sporting Youth”.

El icono de la fiesta, la calabaza, que los americanos tomaron como símbolo en sustitución del nabo iluminado que portaba Jack O’lantern (según cuenta la leyenda, Jack el tacaño, tras sus malas obras en vida y engañar al mismísimo Satán fue rechazado tras su muerte tanto en el cielo como en el infierno, siendo obligado a pasearse de tal guisa), tiene también su protagonismo cinematográfico, como cabeza de un macabro jinete (partiendo del relato de Washington Irving). Tres veces ha cabalgado el siniestro caballero por la pantalla, en “The Headless Horseman” (Edgard D. Venturini, 1922), “The legend of Sleepy Hollow” (Clyde Geromini y Jack Kinney, 1958), producción animada de la factoría Disney y “Sleepy Hollow” (Tim Burton, 1999).

El mismo Burton, consumado gótico, se encargaría de crear (en funciones de guionista) al inolvidable personaje de Jack Skellington, señor de Halloween en “Pesadilla antes de navidad” (Henry Selick, 1993), quien tras descubrir la festividad del 25 de diciembre intentaría darle su toque macabro. Santa Claus se llevaría la peor parte siendo secuestrado.

En el 2003 llegaba a las pantallas de todo el mundo un justo homenaje a Halloween y al cine de terror. Un cuento de terror tradicional y postmoderno, siniestro y colorido, cruento e hilarante. “La casa de los 1.000 cadáveres” fue una vuelta de tuerca a la noche de Halloween, de la broma pesada se pasó a la pesadilla y de ahí, al infierno en la tierra, o más bien, bajo tierra. Una nueva troupe de freaks dementes y sanguinarios tomaron de golpe las riendas del mejor cine de terror made in U.S.A, como discípulos aventajados de sus antecesores de los 70 y 80 (Myers, Jason, Kueguer). Lejos de ser asesinos mecánicos anti-sociales, ahogados rencorosos con sed de venganza, o pederastas “quemados”, recuerdan más a la familia tejana creada por Tobe Hooper en su espléndida “The Texas Chainshaw masacre”, (La matanza de Texas, vaya) pero con una mente mucho más brillante y un amplio conocimiento de la cultura popular norteamericana (John Wayne, los Hermanos Marx, y, por supuesto, todo el santoral patrio de psicópatas, desde Ed Gein hasta Charles Manson). Las andanzas de Baby, Otis, Dr. Satán, Capitán Spaulding, Rufus, Tiny y mamá Fireflly tendrían su continuidad en esa epopeya a caballo entre el western crepuscular y el cine de terror que llevó por título “Los renegados del diablo”.

Rob y su esposa Sheryl Moon. El cineasta parece decirnos: ¿A qué está buena la gachí?

La culpa de este revival del traje de monstruo de Halloween en las pantallas la tuvo fundamentalmente la cultivada mente y la mirada viciada que su director, Rob Zombie, supo imprimir en ambas entregas. El músico y cineasta de Massachussets ya había demostrando durante toda su carrera musical su admiración por el cine de terror, siendo ahora uno de los integrantes de la nueva generación de maestros del género junto a Alexandre Aja, Neil Marshall, Zack Snyder o Eli Roth. Un auténtico freak (en el mejor sentido del término) dentro de la industria de cine norteamericano. Es lógico que fuera el encargado de realizar el re-make de “La noche de Halloween” en 2007, rescatando del olvido a otro fuera de serie del séptimo arte como es Malcolm McDowell (no me digan que el disfraz del drugo Álex no luciría en una noche como la que nos aguarda) para el papel del Dr. Loomis.