Director: John Fasano
Guión: Cindy Sorrel
Intérpretes: John Martin, Julia Adams, Carmine Appice, Ken Swofford, Carla Ferrigno, Frank Dietz, Anthony C. Bua, Karen Planden, Sal Viviano, David Crichton.
(Canadá, 1989)
John Fasano, auspiciado en la producción por la compañía independiente Shapiro-Glickenhaus volvía a elaborar una historia sobre la diabólica esencia del rock´n roll tras su también nefasta ópera prima “Rock´n roll nigthmare”(1988). Aún le quedaría cerrar la década con otro engendro titulado “The jitters” (1989) en el que intentó aproximarse al mito oriental de los vampiros jiangshi. Genio y figura.
Sinopsis:
El famoso grupo “Black Roses” llega a la pequeña localidad norteamericana de Mill Basin para dar un concierto dentro de su gira. Los miembros más conservadores del pueblo están temerosos de que la banda contagie a sus jóvenes del germen libertino del rock. De nada servirán las charlas del profesor de literatura del pueblo y la protección ultra-paternalista de la familia. Los jóvenes acudirán al concierto siendo poseídos por los músicos, liderados por su vocalista Damien, que se revelan como auténticos monstruos salidos del averno. Tras este peculiar bautismo demoníaco las muertes comenzaran a sucederse en el pueblo y sólo el modélico profesor podrá devolver a las bestias macarras al agujero del que salieron.
Al margen de que la película sea una pieza de culto para algunos acérrimos seguidores del Heavy Metal por su banda sonora compuesta por temas como “I´m not stranger” de Bad Tango, “Take it off” de King Kobra, “D.I.E” de Hallow´s Eye o “King of Kool” de David Michael-Phillips, así como la presencia del batería de King Kobra, Carmine Appice, las virtudes cinematográficas del producto brillan por su ausencia.
El despropósito es tal que los ridículos diálogos, el descuidado e impersonal vestuario (lo mejor el estrafalario aspecto, pelucón cardado incluido, del solista de la banda. Interpretado por Sal Viviano, quien guarda más de un parecido con el Mel Gibson de “Mad Max”) los risibles efectos especiales y la pobre labor del maquillaje se convierten en las mejores bazas de la película, ya que, involuntariamente, la hacen divertida gracias a su incoherencia argumental y pésima calidad técnica que permiten seguir la proyección con una amplia sonrisa que se convierte, bastante a menudo, en una carcajada debido a puntuales y delirantes escenas (inolvidable la muerte de un personaje, interpretado por Vincent Pastore, tras ser atacado por una especie de caimán de goma que emerge repentinamente... ¡del interior de un bafle!).
Lo peor es la incomprensible moralina que impregna buena parte de la película y que, sin ninguna ironía, señala el rock como propagador, literalmente, del mal a través de los jóvenes, que poseídos por la música del “maligno” acuden en masa, cual fieles feligreses a la iglesia, a ver las actuaciones del pérfido grupo “Black Roses” (por cierto, ¿de dónde sacaba el dinero esta pequeña comunidad para pagar a un grupo de rock con fama internacional que además actuaba a diario en la sala de actos del pueblo?) Suerte que Fasano entre diálogos cargados de virtuosismo y de rectitud moral le da emoción al conjunto insertando desnudos de estupendas señoras sin venir a cuento (destacar la escena en la que una mujer de la que ni siquiera vemos la cara y que no representa ningún personaje de la trama se acaricia los senos lujuriosamente frente a un espejo).
Al hilo de estos inesperados y gratificantes insertos, que parecen sacados de la clásica película erótica que enseña mucho al principio pero luego se desinfla en un aburrido argumento en el que la exhibición cárnica desaparece por completo, me gustaría saber que clase de droga consumieron los responsables del montaje. Además de los inoportunos cortes que rompen la continuidad narrativa intentando contar la historia en paralelo y haciendo aún más farragoso el desarrollo de la historia, no paran de aparecer nuevos personajes que lejos de tener un peso en la trama desaparecen sin más, siendo incluso algunos víctimas repentinas sin tener ningún sentido ni motivo.
La recompensa del visionado de tanta torpeza junta se encuentra en la propia naturaleza extraterrestre de la propuesta, una película sobre un grupo de Heavy Metal liderado por demonios. Quizá, como bien apuntaba Jesús Palacios antes del pase del film, los años ochenta estén idealizados por muchos de nosotros, pero ¿en que otra época podría haberse producido esta infumable y a la vez entrañable película? Después del despelleje al que he sometido a la producción muchos os preguntaréis que tiene de entrañable. Seguramente de cada cien personas (es más que probable que de esas cien a lo sumo diez aguantaran el visionado completo) que vieran este título sólo unos pocos, muy pocos cinéfagos curtidos en la caspa más rancia y acartonada o aficionados a las pelís de monstruos más cutres estarían de acuerdo con el calificativo.
A pesar de ello, como aficionado al cine de terror en general, a la música rock, a los monstruos de goma, a la estética hortera de los años ochenta y a las películas sin vergüenza no puedo dejar de recomendar el visionado de esta fascinantemente horrible película. Quizá, como pasa en el mundo del deporte, el esfuerzo sea necesario para obtener resultados. En ese caso pocas son las películas que requieren tanto sacrificio para ser vistas. Para mí el esfuerzo a merecido la pena y mis recuerdos ya me lo están agradeciendo.
Esperando que no sucumban al vicio y la perdición les dejo en compañía de Damien y su banda de encuerados malignos.
2 comentarios:
Pues me he dispuesto a devolverte la visita y me encuentro esta estupenda reseña sobre la peli que conocía solo por referencias. Por todo lo que apuntas, me es imposible resistirme. Así que me voy a la búsqueda y captura.
Un saludo, compañero!
No te arrepentirás, a juzgar por los artículos de tu blog seguramente disfrutes de esta pieza de trash ochentero.
Ya me contarás!
Publicar un comentario