La supuestamente arriesgada propuesta del realizador Vimukthi Jayasundara en “Between two worlds” no deja de ser un relato esquemático de dudoso interés que intenta disimular su vacío con una narrativa desordenada, que no compleja, y unas imágenes que, a pesar de bellas, están lejos de las ínfulas poéticas que pretende el director. Un puñado de poderosas estampas bellamente fotografiadas (la fantasmagórica calle de la ciudad plagada de televisores destrozados, el protagonista cayendo desde el cielo en mitad del mar, el legendario árbol hueco en mitad de la jungla) no son suficientes para construir un largometraje que se hace pesado desde el primer minuto, donde un plano fijo de un neblinoso paisaje natural acompañado de una deliciosa música deja al desnudo la pretenciosidad de la propuesta.
El simbolismo está presente durante todo el relato apuntando muchas ideas sin concretar ninguna. Vimukthi echa mano sin sonrojarse del realismo mágico creando secuencias que rozan el ridículo más absoluto, como la de la leche materna cayendo en el maltrecho ojo del protagonista.
Al final estamos ante una propuesta convencional, un ejercicio de pedantería visto una y mil veces en este mismo festival. Incluso hay un personaje que surge varias veces de un pantano a lo largo del metraje para soltar sentencias del tipo “Lo que ha pasado antes puede volver a pasar”. ¿Humor de Sri Lanka?
“Mal día para pescar” es la película elegida por Uruguay para representar a su país en los oscar del año que viene. Álvaro Brechner nos sumerge en un relato noir con ecos de western en una recóndita localidad perdida en mitad de ninguna parte que parece estancada en el tiempo. Allí llegan el Príncipe Orsini (un embaucador de poco monta deliciosamente encarnado por Gary Píquer) y un ex-campeón alemán de la lucha libre (interpretado por el finlandés Jouko Ahola), dos personajes que parecen sacados de un Freak Show y que se ganan la vida de pueblo en pueblo sacándoles el dinero a sus habitantes a través de su espectáculo. El Príncipe Orsini con su labia y su traje borsalino maneja a su antojo al decadente ex campeón (quien bien podría ser un primo no muy lejano del Mickey Rourke de “The Wrestler”), pasado de kilos y de años, quien busca en la botella la evasión de la dura realidad que le rodea.
La película nos deja con una sonrisa en la boca a pesar del dramatismo de algunas escenas. El giro final hace subir enteros a una trama milimétricamente llevada, en la que el Príncipe subestima, una vez más, a su público. Ofrece mil dólares, que no tiene, a aquel que consiga derrotar al campeón. Sin saber que por allí se encuentra “El matador”, un enorme y vigoroso joven que necesita el dinero para poder vivir junto a su novia. El lío está montado.
Con “Humpday”, tercer largometraje en la carrera de Lynn Shelton, la directora norteamericana logró el premio del jurado en Sundance, además de su presentación en la Quincena de los Realizadores de Cannes.
Ben y Anna son una pareja de treintañeros que gozan de estabilidad económica y buscan su primer hijo. La cotidianidad en la que viven se ve amenazada con la inesperada aparición de Andrew, excompañero de facultad de Ben, un vividor que ha tomado un camino diferente al de su amigo y que pretende avivar la relación perdida años atrás. En el momento álgido de una etílica fiesta, Ben, en un intento de demostrar que aún es dueño de su libertad a pesar de su situación familiar, decide participar en un festival porno amateur junto a Andrew. Buscando algo diferente que ofrecer al público del festival, estos dos artistas deciden acostarse juntos como demostración de su amistad.
El personaje de Andrew no deja de ser un hombre aburguesado que se considera bohemio por estar soltero y haber recorrido algunos países. Algo parecido le sucede al largometraje de Lynn Shelton. Bajo la terrible etiqueta de Comedia Indie se esconde un largometraje de un conservadurismo recalcitrante que intenta con humor grueso hacer bromas sobre los prejuicios sexuales de sus protagonistas. Simplemente dos heterosexuales. ¿Si son heterosexuales, como van a tener sexo entre ellos? La respuesta es más que evidente, aunque la película se toma más de veinte minutos en recrear la soporífera escena con una realización más torpe que las maneras de éstos dos en la cama. Lo mejor quizá sea la reacción de Ben a la revelación sexual que le hace Anna, (de lo más gratuita, por otra parte) descubriéndolo como el perfecto calzonazos, como sospechábamos.
La audiencia, muy joven, rió durante la proyección, en una abarrotada sala de los cines Yelmo, y aplaudió tímidamente tras la misma. En mi opinión es una lástima que las propuestas más comerciales a competición sean tan superficiales y tan poco valientes. Como agradecimiento, el Festival, haciendo alarde de una preocupante falta de criterio, le dio a Lynn Shelton el premio a la mejor dirección y a los dos actores protagonistas el premio, ex a quo, a la mejor interpretación masculina.
El largometraje ganador de este año (mejor película), sorprendentemente, fue “La pivellina”, que viene a decir algo así como la pequeñina (vocablo asturiano) pero en italiano. La actriz Patrizia Geradi fue premiada por su interpretación.
La película dirigida por los fotógrafos Tizza Covi y Rainer Frimmel ya obtuvo galardón en La Quincena de Realizadores de Cannes.
Una niña de apenas dos años de edad es abandonada en un parque. Patty, que vive junto a su pareja, payaso de profesión, en una caravana, recoge a la pequeña pese a la oposición de éste. Tairo, un adolescente que vive en el remolque de al lado coge un cariño especial a la pequeña encargándose también de su cuidado. Cuando la pequeña se ha convertido en una más de la comunidad, Patty recibe una carta de su madre diciendo que pasará a recoger a su hija en dos días.
A favor de la película, he de decir, que no se me hizo tan pesada como algunas otras de esta edición y de otras anteriores. El trabajo de sus actores, todos ellos no profesionales, en especial la niña protagonista, me hizo pasar un rato agradable. Divertido sería mucho decir. Lo que no se puede negar es que las localizaciones escogidas nos muestran una Roma totalmente desconocida para el celuloide y sospecho que incluso para muchos romanos.
Pero a parte de las buenas actuaciones y de la sensación de espontaneidad que se mantiene a lo largo de la película no hay nada más. El guión es inexistente y el montaje justito. La niña abandonada en un parque de caravanas es el único motor de la acción. Decir que una niña haciendo monerías delante de una cámara es cine me parece mucho decir.
“Morrer como un homem” cuenta la trágica historia de Tonia, una Drag Queen que vive apasionadamente entre el fervor de su público y la atormentada relación que mantiene con su enamorado Rosário, mucho más joven que ella. El director João Pedro Rodrigues crea un estridente pero hipnótico relato que se mueve cómodamente entre el melodrama noir, el surrealismo y los números musicales.
La genial interpretación de Fernando Santos en la piel de la reinona protagonista emociona desde el primer fotograma. Las comparaciones de la película con el cine de Almodóvar o Fassbinder sólo pueden ser aceptadas por el mundo que describen, pero en lo cinematográfico el realizador consigue imprimir un estilo propio que llega a límites autorales en magníficas secuencias como en la improvisada caza de gamusinos en mitad del bosque con los negativos virados a rojo.
El director rumano Bobby Paunescu, socio junto a Cristi Puiu de la productora Mandragora Movies, sello bajo el cual se realizó el éxito de crítica “The death of Mr. Lazarescu” presentó en Gijón su primer largometraje como director. “Francesca” da título a la película y a su protagonista, una estupenda Monica Birladeanu, esposa del director, que se erige en centro dramático de la historia a la vez que en objeto de deseo del espectador.
La joven pretende (en la ficción) irse a vivir a Italia para montar una guardería para niños rumanos, para, de paso, cambiar la imagen negativa que los italianos tienen de su pueblo. La dificultad de encontrar trabajo, previo pago, en el país de Berlusconi no es nada comparado con el laberinto en el que se ha metido su novio. Los problemas de éste complican la partida de Francesca hacia su sueño.
Lo mejor del film es poder ver Rumanía a través de los ojos de los rumanos, mostrando un lado así totalmente diferente a la contaminada imagen que nos ofrecen los medios de comunicación occidentales. Quizá el mejor momento de la película se produce cuando el padre de Francesca le intenta quitar la idea de irse a Italia de la cabeza arremetiendo duramente contra el gobierno del país transalpino y sus ciudadanos.
Lamentablemente la historia se va aletargando poco a poco, sin apenas avanzar. Largas escenas describen la vida de Francesca, la estrecha relación que mantiene con su madre y con su novio, Mita. En otras se nos muestra, sin llegar a explicar del todo, y mediante unos extraños planos generales bastante alejados que recuerdan a una cámara oculta, los problemas de Mita.
El cine iraní es un habitual del festival. Ausente en competición el pasado año ha vuelto nuevamente a colarse en la sección oficial en esta edición, aunque sea en coproducción con Reino Unido e Italia. “Frontier Blues” describe en un tono de comedia con manido semi-documental la vida en un lugar en el que no pasa nada, la frontera entre Irán y Turkmenistán. Allí una serie de excéntricos personajes protagonizan una serie de estampas a cual más bizarra.
Hassan es un atolondrado joven que va a todas partes con su burro y con un radio-cassette donde escucha una canción francesa. Quizá el único recuerdo que guarda de su madre, la cual le abandonó para irse al país del champagne. Su tío se encarga de él a regañadientes y pretende que le acompañe a trabajar en su tienda de ropa, apenas sin surtido y por la que nunca pasa nadie. Finalmente el joven acabará trabajando en una granja de pollos junto a Alam, quien tiene dificultades para cargar sacos sin romper su ceñida camisa e intenta, sin ningún éxito, aprender inglés para irse a Bakú, donde según él todos hablan ese idioma. Un fotógrafo venido de Teherán al que sólo intuimos tras su cámara se ha desplazado hasta la frontera para tomar instantáneas de las gentes del lugar, sus retratados son un trovador que no deja de llorar el “secuestro” de su mujer y cuatro niños a los que cuida. Las estudiadas composiciones de plano son tan auténticas como la propia película que nos entrega Babak Jalali, quien a pesar de ser iraní vive en Londres desde los ocho años. Un retrato tan amable como manipulado de una realidad bien triste. Largos planos fijos para mostrar una y otra vez la vida cotidiana de unos personajes que parecen primos lejanos aburridos de los habitantes de Sisheli.
“Gog Get Some Rosemary” narra en 16mm. a través de una temblorosa cámara en mano dos semanas en la desordenada vida de Lenny (el tiempo anual que le corresponde en la custodia de sus dos hijos), un proyeccionista de treinta y cuatro años separado que no tiene ni idea de que hacer con su vida, es más, ni siquiera se lo plantea. Cada día en la vida de Lenny es una aventura y dos semanas pueden ser mucho tiempo.
Josh Safdie y Benny Safdie, sus realizadores, no pueden negar la influencia de Jarmusch en su obra. Como mínimo en la creación de personajes tan marcianos como el propio Lenny o algunas de sus amistades y en la manera de capturar con su cámara la ciudad de Nueva York, aunque en unas localizaciones de mucho más tránsito. Se agradece el espíritu amoral del film, llegando a poner a uno nervioso en más de una ocasión la irresponsabilidad total de Lenny en el cuidado de sus hijos. La escena que abre la película es sencillamente genial y presenta de manera inmejorable al personaje.
Se respira cine independiente por los cuatro costados. Abel Ferrara hace un cameo impagable, los hijos de Lenny son los hijos, en la vida real, de Lee Ranaldo de Sonic Youth. El look de los personajes está cuidadosamente descuidado, como ese excesivo tupé que luce un inmenso Ronald Bronstein en el rol del protagonista.
Puede que la estructura del guión no sea muy sólida y la película se deje llevar durante unos cuantos minutos sin saber muy bien a donde se dirige, pero, para mí, ahí reside parte de su encanto, todo es imprevisible, como el carácter de Lenny. Largos tiempos muertos se ven interrumpidos por cambios rápidos e inesperados.
Una de las sorpresas más agradables de la Sección Oficial. Una de esas historias que no cuentan gran cosa, ni nos hablan de nadie célebre, ni siquiera del todo interesante, pero en las que a mí, particularmente, me gusta invertir el tiempo.
Dagur Kári es uno de los directores habituales del festival en los últimos años, los tres largometrajes que ha dirigido han sido presentados aquí. En su primer trabajo rodado en inglés, “The Good Heart”, el director parisino de ascendencia islandesa imprime su intransferible humor nórdico a una historia amarga pero llena de esperanza.
Lucas, un joven vagabundo, vive en una caja de cartón bajo un puente. Un intento de suicidio le hace coincidir en el hospital con Jacques, un viejo huraño que regenta un bar en la ciudad y acaba de sufrir su enésimo infarto. Lucas despierta inmediatamente una actitud paternalista en Jacques, quien le ofrece alojamiento a cambio de ayuda en la atención de su negocio.
El local de Jacques, situado en un oscuro callejón, es un santuario exclusivo para hombres gobernado con mano férrea por su dueño por medio de un puñado de reglas absurdas.
El carácter de Jacques se agriará aún más cuando aparezca en el local April, una azafata con miedo a volar, que conquistará de inmediato el corazón del ingenuo y bienintencionado Lucas.
La convivencia entre estos tres personajes, con los chascarrillos de los clientes habituales de fondo, suavizarán poco a poco el carácter de Jacques a la vez que Lucas irá perdiendo su inocencia.
Comedia amarga, drama amable… Dejando a un lado las innecesarias etiquetas, Dagur Kári, construye una historia personal a través de unos personajes tan excéntricos como creíbles, con los que cualquiera de nosotros, de una u otra forma, puede identificarse.
Alex Van Warmerdam es todo un todoterreno: Guionista, actor, pintor y director. Éste holandés de cincuenta y siete años presentó en Gijón su último trabajo para las salas, “The last days of Emma Blank” que ya le valió el premio Europe Label Cinemas en Venecia.
El inteligente guión parodia a la vez que homenajea la novela de asesinatos al estilo Agatha Christie. Cambiando las lujosas mansiones victorianas por una enorme casa rodeada de dunas, Alex van Warderdam hace una crítica ácida y brutal de la codicia que la propiedad hereditaria despierta en las familias. Sin llegar al sadismo de “Bahía de Sangre”, del maestro Bava, con un estilo más cercano al Fernando León de “Familia”.
Emma Blank, supuestamente aquejada de una enfermedad incurable, pasa sus últimos días bajo los cuidados de una extraña cohorte de sirvientes a los que humilla constantemente, llegando uno de ellos (interpretado por el propio director) a desempeñar el rol de perro. Las complejas relaciones que se establecen entre el grupo de personajes sirven para profundizar en temas que van desde la sexualidad hasta el servilismo, la crueldad o la psicopatía.
Una exquisita comedia negra que hiela la sonrisa del espectador en no pocas ocasiones.
De un serio análisis de la psique humana en tono de comedia pasamos a una visión festiva y saludable de temas políticamente incorrectos.
En “Le roi de l’évasion” el director galo, Alain Guiraudie, narra las aventuras y desventuras de Armand Lacourtade, un cuarentón orondo que vive en una localidad rural francesa donde la mayoría de los habitantes varones son gays. El bosque es el lugar elegido para escaparse de sus mujeres y quedar en grupo para disfrutar libremente de sus inclinaciones sexuales.
Armand está cansado de su rutina como vendedor de maquinaria agrícola, e incluso comienzan a aburrirle los furtivos encuentros sexuales con hombres, seña de identidad de su pueblo.
Una noche, de camino a casa, Armand salva a una joven de ser agredida por un grupo de chicos. La muchacha, llamada Curly, se enamora de Armand, quien también siente algo especial hacia la joven, aunque ello no le impida sentir un deseo irrefrenable de practicarle una felación a su jefe. El problema de la relación es que ella es menor. Su padre, ayudado por el comisario y otros miembros de la localidad perseguirán a los amantes fugados por considerar su relación perversa. Mientras, siguen eyaculando en grupo sobre la cosecha de trufas.
Curly está locamente enamorada de Armand y sólo piensa en huir lejos de su familia, sin embargo Armand no está tan seguro y empieza a echar de menos su soltería. En cuanto a los perseguidores…¿velan por la seguridad de Curly o en realidad lo que quieren es acostarse con Armand?
En “Wakanarai” el director japonés, Masahiro Kobayashi, rinde su particular homenaje al Antoine Doinel de “Les quatre cents coups”. Particular porque, a mi entender, el parecido es inexistente. La vitalidad del enfant terrible magistralmente representada por Jean-Pierre Léaud en la ópera prima de François Truffaut contrasta con el carácter apagado del adolescente que protagoniza este relato forzadamente triste construido a base de largos planos fijos.
Nos encontramos ante una película en la que los tiempos muertos predominan sobre la acción. La rutina del personaje protagonista es mostrada con pausa por una cámara que sencillamente observa. La narración queda reducida a un puñado de escenas que no son más que los quehaceres diarios a los que se enfrenta el personaje protagonista, un joven aún en edad escolar que se ve obligado a trabajar para hacer frente a sus duras responsabilidades económicas. Su madre se encuentra aquejada de una grave enfermedad en un hospital que debe de pagar y su padre les abandonó a ambos hace tiempo.
Como es lógico los trabajos sin cualificación a jornada partida que el joven es capaz de conseguir no le alcanzan siquiera para pagar el alquiler de la vivienda con lo que se ve obligado a robar la comida en el supermercado en el que trabaja. La historia se convierte en una espiral que hace que el joven lo vaya pasando cada vez peor a medida que avanza el metraje.
Relato kafkiano en el que una moderna (tecnológicamente) pero encorsetada sociedad pide responsabilidades a alguien incapaz de afrontarlas. Destaca la gran interpretación de Yuto Kobayashi, quien está presente en casi todos los planos de la película y sin apenas diálogo es capaz de transmitir su desesperanza. En el apartado negativo el tramposo guión que fuerza descaradamente el drama lacrimógeno de la manera más gratuita. Desconozco las leyes japonesas pero dudo mucho que teniendo un padre que además estaba casado con su madre se le pidan responsabilidades económicas a un menor y no a su progenitor.
El ejemplo de cómo un guión puede funcionar narrativamente, emocionar sin necesidad de efectismos y realizar, a la vez, crítica social sin caer en el absurdo argumental ni en el panfleto es la excelente película francesa “Welcome”. Una vez más los vecinos del norte consiguen darme con el gusto en la que considero la mejor película de la Sección Oficial. Afortunadamente se ha hecho justicia, en parte, y se la ha premiado al menos con el premio al mejor guión.
El filme narra de forma emotiva la historia personal de Bilal, un joven inmigrante kurdo en Calais que intenta viajar clandestinamente hasta el Reino Unido donde vive la joven con la que quiere casarse.
Philippe Lioret, guionista y director, arropado por un elenco de magníficos actores (a destacar un Vincent London que pone los pelos de punta en la piel del profesor de natación) describe (sin escatimar en detalles ni en críticas contra el gobierno de Nicolás Sarcozy) la dureza de la vida de los inmigrantes que arriban a Calais con la esperanza de poder llegar hasta las islas británicas.
El joven Bilal es incapaz de aguantar la respiración con una bolsa en la cabeza (requisito imprescindible para pasar los controles de CO2 a los que son sometidos los camiones en la frontera) por lo que decide aprender a nadar para cruzar los treinta y dos kilómetros que le separan de su sueño a nado. Simon, un profesor de natación francés y ex-campeón de su país, se encuentra en uno de los momentos más amargos de su vida. A punto de divorciarse de su esposa Marion, que trabaja como voluntaria dando comida a numerosos inmigrantes junto a su nueva pareja, y cansado de su rutina como profesor de natación en un centro deportivo, encuentra en Bilal una amistad inesperada. A través de las clases que Simon va dando a Bilal (con las que se arriesga a ser arrestado por prestar ayuda a un inmigrante ilegal), al que también presta alojamiento en su propia casa se va estableciendo una profunda relación que hará a Simon tomar conciencia de las cosas que realmente son importantes en la vida. Aunque suene a tópico, la película no lo es.
Uno de los largometrajes más honestos y emotivos que he visto en los últimos años.
Que en Francia también saben tomarse la vida con humor ya lo sabíamos, más arriba hacía mención a la muy sana y divertida “Le roi de l’évasion” y para cerrar este resumen acabaré con la primera película a competición proyectada, “Les beaux gosses”, algo así como “los tíos buenos” en su traducción al castellano. Título de inequívoco carácter irónico en cuanto uno ve a sus protagonistas, dos escuálidos e inseguros adolescentes obsesionados por el sexo.
El director Riad Sattouf construye su particular “Supersalidos” a la francesa, pues a pesar de la innegable influencia de la comedia High School más anglosajona no faltan en ella los detalles localistas. Si la hermano con la genial comedia de Jude Apatow es sobre todo por el decidido carácter realista en cuanto a la representación de la pubertad se refiere, tanto por la edad de sus actores como por las situaciones que se describen, huyendo de los fantasiosos estereotipos masculinos de la escuela “American Pie”.
La naturalidad es la mayor baza de esta producción dónde incluso la chica guapa de la clase es de lo más normal. El personaje protagonista, Hervé, un joven tímido e inseguro tiene una hilarante relación con su madre (aquí si que recuerda un poco a la relación que mantenía el personaje de Jason Biggs con su padre en “American Pie”), obsesionada con el onanismo de su retoño; su mejor amigo, Camel (impagable su caracterización con ese imposible tupé), es un fan incondicional del Heavy Metal. Juntos comparten catálogos de ropa interior femenina y espían a una vecina de Hervé que gusta de tener la ventana despejada durante sus prácticas sexuales.