Aquí está el complemento a la crítica vertida en El Lamentoy de Portnoy sobre la película. Por supuesto no podía estar más en desacuerdo, lo de que fuera pactado o no carece totalmente de importancia. Teniendo en cuenta la especial naturaleza de esta reseña he rehusado de mi formato habitual con ficha técnica y sinopsis para adaptarme mejor a esta especie de diálogo on-line.
Un oscuro sonido, como salido de otro tiempo se antepone al primer rótulo que vemos en pantalla: “Lars Von Trier”. El escrito, en tiza roja y verde, permanece unos segundos sobre la pantalla, desafiante, parece que quiera decirnos algo, incluso en nuestro cuerpo llega a producirse un atisbo de inquietud... pero finalmente no sucede nada, simplemente otro rótulo, esta vez con el título de la película, le sucede.
Ese abismo será el terreno por el que el director danés intenta dirigirnos durante toda la película, un abismo vacío, tan vacío como las vidas de sus protagonistas, una pareja burguesa que ve como su burbuja de felicidad construida sobre los cimientos de la racionalidad de la cultura occidental se viene a bajo tras la pérdida de su hijo en un accidente doméstico.
El artificio con el que Lars Von Trier describe el accidente en ese prólogo utilizando el ralentí, insertando fotogramas de sexo explícito y utilizando música clásica para describirnos el fogoso coito de sus protagonistas nos acompañará durante toda la película. El resultado final es el mismo que el de los anuncios de una conocida marca de cava, visualmente brillante pero emocionalmente vacío, inútil.
Al igual que en esos anuncios pomposos, elitistas, burbujeantes, Von Trier sabe escoger a sus estrellas para interpretar lo mejor posible el papelón correspondiente. Charlotte Gainsbourg está correctísima en su interpretación reflejando su estado en cada uno de los episodios en los que se divide la película, aberrante final a parte, que son a su vez reflejo de los diferentes pesares que martirizan su mente, a saber: Tristeza, desesperanza y dolor, la tríada teológicamente denominada como los tres mendigos. Willen Dafoe da vida al marido terapeuta cuya arrogancia y condescendencia le llevan a ocuparse personalmente de su mujer, pues él es el más indicado para ayudarla, a pesar de que su relación se resume en conversaciones intranscendentes entre fornicación y fornicación.
Para superar el trauma emocional la pareja decide dejar la ciudad e irse a una apartada cabaña del bosque, llamado Edén (¡que simbolismo, maestro!), antítesis del paraíso. El sombrío y salvaje paisaje podrían ser un reflejo perfecto del infierno. Allí, entre brumas, animales salvajes (de nuevo simbolismo simplón, ciervo, zorro) y una casi constante y desesperante lluvia de bellotas la situación lejos de arreglarse se hace cada vez más insostenible. Mientras él le da a ella lecciones de como superar la muerte de su hijo mientras va experimentando extrañas visiones en el bosque, ella se balancea entre la repentina recuperación y la definitiva locura, siendo el sexo compulsivo lo único que parece calmar su ansiedad, como si en el pene de su pareja se escondiera su salvación y no en su fatua palabrería.
Cada vez está más claro, sino lo estaba ya al principio, que él es un pelele que no tiene consciencia alguna de la situación a la que se enfrenta. Lejos de la ciudad, sometidos a la crueldad de la naturaleza (“la naturaleza es la iglesia de Satanás” como se dice en la película) la racionalidad carece de sentido, siendo las fuerzas más oscuras y antiguas las que rigen el devenir de los acontecimientos.
Con esta máxima tan manida en el cine de terror y yendo aún más allá cuando pone en boca de la mujer la siguiente frase “si la naturaleza es inherentemente malvada, la naturaleza de la mujer, por lo tanto, es inherentemente malvada” Lars Von Trier nos presenta un personaje femenino totalmente desequilibrado que personifica la maldad ancestral de la hembra defendida por las principales religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islamismo). Ese repentino cambio en la protagonista femenina es justificado mediante un flash-back que pretende ser la explicación final del sadismo perpetrado en la última parte de la película, que por otro lado, causa más gracia que desasosiego, con la famosa escena que tantas ampollas levantó en Cannes a la cabeza.
La última obra de Lars Von Trier, por tanto, ni siquiera consigue provocar o escandalizar, por lo menos a cualquiera que esté familiarizado o haya visto el cine de Nagisa Oshima, Kim-Ki Duk o Takashi Miike. (aunque teniendo en cuenta la gratuidad de la mayoría de barbaridades quizá estaría más próximo a Lucio Fulci, sin la sana morbosidad del italiano, por supuesto) Está muy lejos de sus pretendidos referentes, Dreyer, Bergman o Tarkovsky, las comparaciones nunca fueron tan odiosas (la dedicatoria final ofenderá a quien quiera entrar en el juego, a mí me hizo tanta gracia como el resto)
Dejando a un lado la bellísima fotografía de Anthony Dod Mantle, los impecables efectos de maquillaje (lo único que le haría pasar como ejemplo de cine de terror digno, eso y su naturaleza descaradamente comercial) y la descarnada interpretación de Charlotte Gainsbourg, el resto es simplemente un ejercicio de onanismo que supura mediocridad.
No nos dejemos engañar por cuatro puntuales escenas oníricas que a parte de ser visualmente atractivas poco o nada aportan a la historia, la película lo que vende es sexo, sangre y muerte valiéndose de dos actores de reconocido prestigio y apoyándose en un guión endeble por los cuatro costados que hace avanzar la historia caprichosamente. Todo lo citado anteriormente me parece totalmente respetable, pues es lo que hace cualquier producción de serie B o Z buscando vender el mayor número de entradas posibles. Películas con las cuales suelo disfrutar, la diferencia es que estas películas son honestas, no tienen ínfulas autorales ni pretenden ser más de lo que son, mero entretenimiento, teniendo en ocasiones mayor carga psicológica y haciendo reflexionar más al espectador que la pretenciosa obra de Von Trier.